Historia de los Asur
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La Era del Despertar
"Hijos míos, mientras me siento
y veo a los que os habéis reunido aquí para escuchar mis palabras, observo
en vuestros rostros los fantasmas de los camaradas que ya hace mucho que
desaparecieron de este mundo. Mi corazón sigue sangrando cuando recuerdo
las imágenes del pasado y estas me sigue atenazando con tanta intensidad
como el día en que ocurrieron. La tristeza de los recuerdos cuando vienen
a mi memoria ya no es más que un débil eco de voces y risas en mi torturada
mente. Y, por todo el dolor que causa el recuerdo, sé que no podré llegar
a vivir sin estos pensamientos, pues son la esencia de mi ser, la prueba
de que sigo vivo. Cada lágrima de pena que he derramado me ha hecho cobrar
nuevas fuerzas y, por cada herida sufrida, llevo una cicatriz de dolor;
por cada pérdida acontecida he encontrado una promesa de esperanza.
Cada uno de los que os sentáis
aquí reconoceréis la verdad de mis palabras y comprenderéis que no estáis
solos. Somos el pueblo de Ultuan y, como sufrimos mucho en el pasado,
comprendemos esto, igual que lo entiende nuestra tierra. Porque somos
uno con nuestra tierra y nuestros destinos, historias y sentimientos están
tan interrelacionadas como los troncos de las enredaderas que se encaraman
por nuestras torres más altas. Siempre hemos vivido en armonía con el
mundo que nos rodea, pero fue Aenarion el Defensor en que por primera
vez despertó a nuestra gente de sus sueños perdidos. Por sus venas corría
el poder de un dios y, guiado por nuestro Asuryan, fue él quien reunió
al pueblo élfico y lo lideró siempre hacia delante. Recuerdo con claridad
cuando mi padre me hablaba de las visiones que le sobrevenían, del poder
que sentía crecer en el interior de su débil alma cuando comprendió que
Ulthuan estaba viva y respiraba dentro de su corazón. Este conocimiento
nos ha acompañado siempre y ahora vivimos ignorantes del hecho de que
nuestro pueblo fue una vez llama débil consumida por el infierno del Caos.
Aenarion fue el primero de nuestra raza en sentir el poder y este lo acorraló.
Luchó contra la marea de opresión que había consumido a nuestros ancestros
y su coraje le sirvió de faro en la oscuridad.
Nuestros antepasados lucharon contra
los horribles demonios que aparecieron en nuestras costas y, durante un
corto periodo de tiempo, reinó la paz. Mientras la Reina Eterna daba a
luz en fruto de su unión con Aenarion, la hermosa Yvrainne y el noble
Morelion, mi madre hizo lo propio conmigo y mi hermano gemelo. Fue la
primera y única vez en nuestra historia en que crecimos en número y ahora
podemos enorgullecernos de aquella época y llamarla la Era Dorada.
¡Ay de nosotros! Pues la luz que
encendieron los Asur también atrajo la atención de una presencia mucho
más cruel y oscura. Los servidores del Caos nunca pueden ser destruidos
del todo y, por eso, regresaron. Con la venganza ardiendo en sus almas
condenadas, asesinaron a la Reina Eterna. Pensando que sus amados hijos
habían sido asesinados, Aenarion, con dagas frías atravesándole el corazón,
empuñó la espada de Khaine. Ningún dios ni ningún mortal podía resistirse
a su ira y así se puso al frente de sus tropas y emprendió la guerra contra
el Caos. Ningún demonio podía igualar su furia, pues luchaba con el corazón
helado y amargado por el odio. Fue durante esa época cuando mi padre lo
acompañó como su leal guardia personal. Luchó junto a su Señor cuando
liberaron a Morathi de manos de una banda de adoradores del Caos y fue
mi propio padre el que rompió sus cadenas. Aenarion cayó preso de sus
encantos; Morathi la hermosa, Morathi la Oscura, Morathi la Bruja. Aenarion
quedó cegado por su belleza y se negó a reconocer que ella había estado
contaminada por las fuerzas del Caos. Morathi gracias a sus artimañas,
compartió el lecho de Aenarion y le dio un hijo, Malekith el maldito.
Maldigo el día en que este maestro de la Oscuridad llegó a este mundo
y, si alguno de nosotros hubiese sabido como extendería su maldad, lo
habríamos matado el mismo día que nació.
La Era del Defensor
La guerra de Aenarion contra las
hordas del Caos se fue extendiendo, sin cesar, por todo Ulthuan y su ira
no conoció límite alguno. Juró que no descansaría hasta que todos los
sirvientes del Caos hubiesen sido aniquilados y nadie dudó de la determinación
de Aenarion. Pero nosotros éramos pocos y los demonios muchos. No podíamos
soportar las pérdidas que sufríamos durante esta guerra eterna y, por
esta razón, Caledor reunió a todos los sabios de los Asur. Juntos idearon
un plan tan enrevesado, que, si llegaba a fallar, el destino del mundo
quedaría sellado. Los ancestrales círculos de piedra se utilizaron para
canalizar una fuerza maligna que acabaría con la magia del Caos que saturaba
la tierra en aquellos días. Al ejecutar esta acción, los demonios quedarían
confinados en su abismo eterno. Mientras los magos se reunían en la Isla
de los Muertos para lanzar los potentes hechizos necesarios para lograr
este gran objetivo, mi padre se unió a los guerreros que luchaban contra
la marea del Caos.
Los demonios sabían que su existencia
real, el vínculo que los unía a nuestro mundo mortal, estaba amenazada
por esta acción, así que cuatro grandes demonios reunieron sus hordas
para atacar a la hueste de los Asur. Pero no habían contado con Aenarion.
Se dice que lo llamaban "hermano" y que no eran falsos en sus
demandas, pues Aenarion había superado los poderes de todo Elfo viviente.
Pero, aunque ya no presentaba mucho parecido con los de nuestra raza,
tampoco estaba relacionado con estas horripilantes criaturas. En una titánica
batalla, Aenarion y su noble dragón, el gran Idraugnir, sacrificaron sus
vidas para acabar con los demonios. En aquel aciago perdí no solo a mi
rey, sino también a mi padre. No regresó de la batalla. Todo lo que me
dejó fue su magnífica arma saturada con su energía y su poder. En la batalla
puedo sentir el espíritu de mi padre fluyendo a través del arma y estoy
seguro de que, cuando abandone este mundo, mi espíritu también pasará
a formar parte de la espada.
Ulthuan había encontrado por fin
la paz, pero también se había quedado sin nadie para gobernarla. Par regocijo
de todos, se encontró a los hijos de Aenarion sanos y salvos. El poderoso
hombre árbol Corazón de Roble que, hasta ese día, descansaba en las profundidades
de Avelorn los había puesto a salvo. Yvrainne fue coronada como la nueva
Reina Eterna para que en ella siguiese vivo el espíritu de Astarielle.
Morelion fue enviado al Este con una escolta como guardia personal para
que la estirpe de Aenarion pudiese sobrevivir. Su destino se desconoce
y, aunque el Consejo envió flotas de barcos en todas las direcciones en
busca de cualquier rastro de su nave, no se supo nada d su paradero.
El Consejo se reunió para elegir
un nuevo heredero al trono. Muchos pensaron que la estirpe de Aenarion
florecería de nuevo en Malekith y que se convertiría en el nuevo Rey Fénix,
pero no somos una raza impulsiva y, por ello, los ancianos estuvieron
debatiendo durante meses. La sangre de Aenarion corría por las venas de
Mlekith y, si bien era cierto que bajo el noble reinado de Aenarion habíamos
crecido en sabiduría, también habíamos sufrido siglos de guerras ininterrumpidas
y anhelábamos la paz. La vida ensombrecida de su padre y la influencia
de su madre habían dejado huella en Malekith y, por ello, no se le consideró
adecuado para reinar. El Consejo escogió a Bel-Shanaar, un sabio y justo
gobernante que ya había probado muchas veces su
valía y arrojo en la guerra.
La Era de los Descubrimientos
Fue una época de alegría y paz
en la que Ulthuan creció en poder. Nuestras naves surcaron los océanos
e hicimos pactos con muchos nuevos aliados. Los Asur eran una raza poderosa
y todos deseaban prosperar gracias a nuestra amistad. Compartimos libremente
nuestros conocimientos y quizá este fue nuestro error, pues no imaginábamos
lo traicioneras que era las otras razas.
Entablamos fuertes relaciones de
amistad con los Enanos y el comercio floreció en Ulthuan. Juntos, Elfos
y Enanos logramos expulsar a las hordas del Caos de las tierras que posteriormente
serían usurpadas por los Humanos y que recibirían el nombre de "Viejo
Mundo". En el interior de la fortaleza Karaz-a-Karaz, Bel-Shanaar
firmó un tratado de amistad eterna con este pueblo. En esos momentos no
sabíamos lo poco que significaba la palabra escrita para los Enanos y
que deberíamos haber grabado el tratado en piedra, pero, en aquella época,
significaba la paz.
Mientras Malekith vagaba por el
mundo en un viaje de descubrimientos, mi hermano y yo crecimos y nos convertimos
en magníficos guerreros. Aprendimos las técnicas de los cazadores de Cracia
y ninguno podía superar al otro. Juntos éramos fuertes, ya que podíamos
hacer frente a cualquier problema que se nos presentase. El poder de dos
Elfos unidos es muy superior al de cuatro individuos. Y así era nuestra
gente. Éramos una raza que, junta, podía caminar por un sendero de armonía
invencible.
Pero, al liberar al mundo de la
maldición del Caos, nos habíamos debilitado. Creció nuestra autocomplaciencia,
olvidamos el espíritu de armonía que nos unía con nuestra tierra, bajamos
la guardia y, finalmente, los adoradores del Caos regresaron. Los Elfos
que se habían enriquecido gracias al comercio perdieron el rumbo y sucumbieron
a la codicia. El esplendor de Ulthuan era tan grande, que se conformaban
con vivir como parásitos a costa de los botines que la hermosa isla les
había proporcionado libremente. Cogieron cuanto había en Ulthuan sin devolver
nada a cambio y, una vez más, encontraron una base sobre la que asentarse
en la forma de Slaanesh, el Dios del Placer.
El líder de los adoradores del
Caos no era otra que Morathi. Quizá la seducción del Caos la encontró
débil y rompió sus defensas; quizá su corrupción nunca había sido totalmente
erradicada. Como viuda de Aenarion, utilizó su influencia para conseguir
muchos seguidores para su culto y florecieron prácticas terribles por
toda Nagarythe. Al principio, los sacrificios de ganado eran habituales.
Aborrecíamos estas prácticas, pero las permitimos y, en poco tiempo, comenzaron
a propagarse historias terroríficas sobre desapariciones de habitantes
de pueblos y aldeas. Cuando Malekith regresó de sus viajes denunció a
su madre y la acusó de ser la consorte del Caos. De esta forma comenzó
la gran purga. Una vez más, nuestra gente acechaba vigilante la oscuridad
que rodeaba sus almas. ¡Ay de nosotros! Pues con estas purgas llegó la
desconfianza y nuestros vecinos, antes libres para poder expresar su amor
por otros, ahora cerraban sus puertas consumidos por el miedo.
Malekith se puso al frente de la
purga y emprendió esta tarea con verdadero vigor. Los nobles que creíamos
que eran seguidores de nuestra causa resultaron ser servidores del Caos
y Malekith les dio un castigo rápido y letal. Como pudimos traicionar
nuestras mayores convicciones y creer en tales mentiras, no lo sé; pero
cuando recuerdo a aquellos que murieron leales a Ulthuan. El pueblo de
Nagarythe estaba siendo perseguido justamente y las familias que perdieron
a sus seres queridos se alzaron contra el Rey Fénix. Ulthuan se tambaleaba
al borde de la guerra civil y el Rey Fénix se había convertido, sin saberlo,
en una marioneta de Malekith. Convocó al Consejo en el templo de Asuryan
para decidir como evitar la guerra. Fue entonces cuando Malekith reveló
sus auténticas intenciones. Solo cuando señaló acusadoramente a Bel-Shanaar,
descubrió su diabólico plan. Quizá Malekith había empezado la purga buscando
la verdad y su exposición constante al Caos había oscurecido su alma o,
quizá, este había sido siempre su plan. En esos momentos advertimos sus
verdaderas intenciones y comprendimos que teníamos que luchar contra él.
Malekith envenenó a Bel-Shanaar y asesinó al Consejo, pero eso sirvió
para que tomáramos consciencia de su oscuro corazón.
Al introducirse en la Llama Sagrada,
Malekith intentó demostrar que era digno sucesor de su padre, pero, aunque
había engañado a nuestra gente, no podía esconder la oscuridad y corrupción
de su alma a la luz de los dioses. Las llamas le abrasaron y fue expulsado
del fuego. Sus seguidores recogieron su cuerpo destrozado y lo llevaron
de vuelta a Nagarythe, donde su madre le curó las heridas con lágrimas
de amargura y buscó venganza por el dolor que habían causado a su hijo.
Temiendo que la ira caería sobre ella y sobre su hijo herido, Morathi
huyó hacia el Oeste y pensamos que el mal había sido expulsado para siempre
de nuestra tierra.
La Era de los Conflictos
Imrik, nieto del gran mago del
mismo nombre, ascendió al trono de Ulthuan con el nombre de Caledor. Era
un guerrero que podía dotar de la fuerza necesaria a nuestro pueblo en
esos tiempos de precariedad. Hermano del asesinado Bel-Shanaar, sabía
que, mientras Malekith continuase vivo, no podría haber paz. Mientras
el príncipe recibía las noticias de los acontecimientos, yo ya había probado
mi valía como guerrero. Había partido de expedición por las montañas de
Cracia y había matado mi primer león. De ninguna manera podía pensar que
el destino de mi Rey y mis primeros pasos para llegar a la edad adulta
quedarían irremediablemente entrelazados. Mientras regresábamos de la
cacería, escuchamos el sonido de una lucha y descubrimos que era una banda
de asesinos que atacaba al Príncipe. Nos pusimos a su lado y dimos buena
cuenta de aquellos villanos. Desde aquel día, nuestros cazadores han llevado
con orgullo el título de Guardianes del Rey. Para mí significo un gran
honor arrodillarme ante Caledor y jurarle lealtad. Mientras los nobles
y políticos planteaban cual sería el mejor modo de repartirse nuestro
resquebrajado reino, Caledor fue coronado rey. Su intención era reunir
todos los pueblos y prepararlos para la guerra.
En la víspera de Caledor con la
Reina Eterna corrió el rumor de que Malekith había regresado y se había
apoderado del trono de Anlec. En pocos días el pueblo de Ulthuan se había
dividido. Los agentes de Morathi habían propagado rumores por todos los
reinos de que Caledor era un falso rey, una marioneta de la corte. Los
habitantes de Nagarythe se pusieron del lado del traidor y, de esta forma,
Malekith pudo reunir un ejército con el que marchar a la guerra contra
su propia raza. Convenció a muchos de ellos con su oscuro disfraz y la
elocuencia de sus palabras. Mi propio hermano se pasó días recriminándome
que me habían cegado los políticos fríos y las ambiciones de la corte,
pero él no podía ver el interior de mi corazón, que sangraba con cada
recriminación que me hacía. El Culto a Slaanesh, que durante tanto tiempo
había florecido en las sombras de nuestro reino, emergió y se volvieron
a extender las mentiras y la corrupción. Nadie sabía quien era el verdadero
rey salvo aquellos que, como yo, habían visto a Caledor cruzando la Lama
Sagrada.
Los ejércitos de Nagarythe eran
valerosos y disciplinados. Marchaban con presteza a la guerra y sus hechiceras
lanzaban conjuros mortíferos sobre la tierra. Pero no contaban con el
Rey Fénix. Caledor era un guerrero valiente. Reunió a sus ejércitos con
rapidez y, en poco tiempo, la guerra se propagó por todos los reinos.
Tiranoc y Ellyrion cayeron, pero el reino interior resistió con firmeza.
Libramos una gran batalla en el reino de Saphery y vi aterrorizado como
la magia se combatía con la magia. La luz desterró a la oscuridad y las
tropas del Rey Fénix obtuvieron su primera victoria real. No puedo describir
el honor que recayó sobre mí cuando Caledor me escogió para portar su
estandarte. Combatí junto a mi Rey con valor y justicia, renunciando a
blandir el hacha tradicional de los Leones Blancos que había empuñado
mi padre contra las fuerzas de la oscuridad, tal y como él había hecho
muchos años atrás. No podíamos acabar con Malekith en una guerra abierta,
pero vencimos con astucia. Dispusimos trampas y preparamos emboscadas
para sus ejércitos mientras marchaban a la guerra. El tiempo era nuestro
aliado porque, con cada derrota a manos de los crueles de Nagarythe, más
y más Elfos se reunían bajo el estandarte de Caledor. En la guerra, la
verdadera naturaleza de Malekith no podía disfrazarse y, de esta forma,
se convirtió en el Rey Brujo.
La guerra fue sangrienta y ensombreció
para siempre mi vida. Pero no pasó demasiado tiempo antes de que Caledor
reuniera un ejército dispuesto a vengar las muertes de los inocentes.
La razón estaba de nuestro lado y sabíamos que no podíamos ser derrotados.
En los pantanos de Maledor el Rey Fénix decidió enfrentarse al ejército
de Malekith. Fue allí donde tuve que enfrentarme a mi hermano en el campo
de batalla. Su antaño bello rostro se había ensombrecido por la sangre
de los inocentes, y sus intensos ojos azules ahora parecían las ventanas
negras de un alma repleta de odio. Me conminó a que tirase el estandarte
y me uniese a él, pero yo sabía que mi causa era la justa. Encendido por
la furia, empuñó su arma y me atacó. Desvié el golpe hacia un lado a la
vez que le rogaba que abandonase su empeño. ¡Ay de mí! Había sido corrompido
por la codicia y el demonio había clavado sus garras en su corazón De
nuevo volvió a asestarme un golpe y, esta vez, la hoja de su espada se
clavó profundamente en mi hombro. Esta herida todavía me duele como si
la hoja siguiese hundiéndose en mi carne. Con su daga intentó acabar con
mi vida. No tuve más remedio que limpiar su alma y, con una plegaria en
mis labios, supliqué a Asuryan que fuese benevolente con él mientras le
asestaba un golpe con mi espada, la espada que una vez fuera de nuestro
padre, directamente en el corazón.
Se desplomó sobre mí y yo también
caí inconsciente debido al dolor de mi herida. Cuando recuperé el conocimiento,
supe de las accione emprendidas por Malekith y como había maldecido estas
tierras con su magia oscura. Tuve suerte de no ver con mis propios ojos
los sucesos que sacudieron Ulthuan. Malekith había ordenado a sus hechiceras
que liberasen terribles hechizos de magia oscura sobre nuestra tierra.
Ulthuan estaba devastada y lo único que salvó a la isla de hundirse bajo
las aguas fue el sacrificio de muchos de nuestros magos. A esta época
se la conoció como la Era de Secesión.
Pero esto, amigos míos,
es otra historia. Espero que los recuerdo de las épocas pasadas sigan
llenando mi corazón de esperanza, aunque sé que se trata de visiones de
un pasado mejor. Cada mes que transcurre tengo la certeza de que nunca
volveré a ver la luz que una vez contemplé. Solo los sueños de los jóvenes
llenan ahora de alegría mi corazón. Nunca abandonéis vuestros sueños,
pues son lo que mantienen en nuestro pueblo el conocimiento de que una
vez fuimos grandes. Ahora os pido que meditéis acerca de lo que os he
contado. Las heridas de la traición continúan abiertas y, solo si sabemos
enfocar la luz interior que existe en cada uno de nosotros, habremos tenido
éxito en nuestra misión. Todavía sigo portando el estandarte de los Reyes
Fénix y he librado innumerables batallas a su lado. Por cada batalla en
la que he tomado parte he perdido a cientos de camaradas, pero la luz
de sus almas sigue brillando en mi corazón. Guardad bien vuestras almas,
ya que, mientras siga viviendo la Oscuridad, no habrá paz. El Rey Brujo
se acerca cada vez más y pronto vosotros descubriréis también la angustia
de la guerra". |